El Patronato Cívico Cultural de Pueblo Libre - PACCPUL, es una asociación civil sin fines de lucro, fundada el 30 de noviembre de 1990, con la finalidad de difundir, proteger, valorar el patrimonio cultural material e inmaterial en el distrito de Pueblo Libre, Lima-Perú. Inscrito en los Registros Públicos, Asiento 1, SUNARP Partida N° 01918362, Ficha 15862 del 14.01.94, SUNAT RUC N° 20184637767.

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17 de noviembre de 2020

Nuestro Asociado PACCPUL Ing. Alcibiades Salazar nos comparte su texto sobre: ROSA CAMPUSANO CORNEJO. Al servicio de la causa de la libertad del Perú

Les compartimos la reseña escrita por nuestro consocio #PACCPUL el Ing. Alcibiades Salazar Saenz sobre la vida de una de las mujeres que tuvo un importante protagonismo durante la etapa de la Independencia del Perú: "ROSA CAMPUSANO CORNEJO. Al servicio de la causa de la libertad del Perú".
 
 
Introducción:

    Ante la publicación en Argentina de libros que trataron de crear un posible idilio amoroso entre el general don José de San Martín y la joven guayaquileña Doña Rosa Campusano, llamada “La Protectora”, llegándosele a adjudicar un vástago como producto de esa unión, nos hemos esmerado en efectuar un trabajo de investigación que estábamos seguros, desvirtuaría una historia que muchos dieron por cierta desde que el tradicionista Ricardo Palma, con su peculiar modo de contar las cosas, dejó sembrada una duda que parecía verdad. Para tal fin, buscamos todos los documentos que pudieran dar testimonio indubitable acerca de la vida de doña Rosita, confirmando al final de la investigación, que fue una importante e incondicional colaboradora de la causa de la independencia; que fue admiradora del Libertador, y que desde muy joven resolvió su vida sexual según su conveniencia, incluyendo la paternidad del hijo que tuvo muchos años después que San Martín había dejado el Perú, tal como veremos a continuación.
    
    Conocida como la Aspasia de la revolución; en cuyo atrayente domicilio, repleto de encantos, reuníanse y revelaban sus más íntimos secretos personales y políticos, los altos jefes españoles; secretos que inmediatamente pasaban a ser noticia de los independentistas, y por su conducto a conocimiento del general San Martín. Importante y atrevida portadora de comunicaciones secretas a las oficinas interiores del Palacio de Pizarro. Mujer irresistible que, prendada del prócer de Yapeyú, supo inspirarle pasión duradera, recóndita y ferviente, a la vez que dulce y perniciosa para el corazón del gran libertador; fue sin lugar a dudas, una persona gravitante en los actos culminantes del gobierno protectoral. Es así como describe, poco más o menos, el historiador Germán Leguía y Martínez, a la precursora del Perú Rosa Campusano, gran colaboradora del patriota Francisco Javier Mariátegui y Tellería, interlocutor principalísimo del Ejército Libertador. Mariátegui dedica varios párrafos agradecidos a la Campusano, en su revelador libro “Anotaciones”.

    El patriotismo de la mujer limeña se manifestó con caracteres inimaginables, y su accionar encubierto resultó en la práctica el mayor enemigo de la dominación peninsular. Señoras y señoritas de la nobleza capitalina, lo mismo que muchas otras damas de discreta condición, trabajaron denodadamente, introduciéndose en todas partes, enterándose de los planes más reservados, descubriendo recónditos secretos, seduciendo, intrigando, propagando información, llevando consuelo a las mazmorras, alojando patriotas en sus aposentos, ayudando con dinero, corrompiendo funcionarios, haciendo que incorruptibles oficiales cayeran arrodillados y rendidos  ante  sus   encantos,  desertando   de   sus  convicciones.

Uno de los mayores logros del sutil trabajo femenino, fue el trascendental paso del distinguido batallón “Numancia” a las filas patriotas.

    Al hacerse cargo del gobierno protectoral, San Martín creó por decreto de 11 de enero de 1822 la Banda de Seda y la medalla Patriótica, que junto con un diploma reconocía los invalorables servicios prestados a la causa de la independencia por tan ejemplares damas. Una de ellas, quizá la más querida para el general San Martín fue Rosa Campusano, de quien la autora argentina Silvia Puente ha escrito una bien lograda novela historiada, mientras recopilábamos información de fuentes documentales de Guayaquil y Lima, para escribir este opúsculo.

    María Rosa Campusano Cornejo, nació en Guayaquil el 13 de abril de 1796, siendo bautizada en la parroquia El Sagrario de dicha ciudad, el 31 de mayo del mismo año. Fue hija del teniente de corregidor del pueblo de Samborondón don Francisco Herrera Campusano y Gutiérrez y de la mulata Felipa Cornejo. Don Francisco, su padre, fue regidor perpetuo del Cabildo de Guayaquil; teniente del Batallón de caballería de Dragones, y teniente de Gobernador y Justicia Mayor de Daule en enero de 1803. Fue hijo legítimo del capitán de infantería don Francisco de Herrera Campusano y doña Rosa Gutiérrez.

    Don Francisco procreó cuatro hijos naturales, llamados:  1) María del Carmen Campusano y Badaraco; 2) Francisco Campusano y Valverde; 3) José Campusano y Ronquillo; 4) María Rosa Campusano y Cornejo. Casado con doña Ignacia Iturralde, no tuvo sucesión. Otorgó testamento por poder el 22 de octubre de 1819 ante el escribano don Juan Gaspar de Casanova, en el que solo menciona como hijos naturales habidos antes de su matrimonio a los tres últimos, a quienes deja como herencia el remanente del quinto de sus bienes. Finalmente fue nombrado Juez divisor de sus bienes el doctor José Joaquín Olmedo.

    De los antecedentes se concluye que Rosa creció al lado de su madre doña Felipa, hija a su vez del capitán Nicolás Cornejo y Flor con una de sus esclavas.  Podemos deducir que la madre de Rosa fue mulata y ella a su vez era de tez capulí, en el mejor de los casos.  No podemos creer en consecuencia, la descripción que hace de ella don Ricardo Palma, quien aún de corta edad dijo haberla conocido y era de “color casi alabastrino, ojos azules y expresivos, boca pequeña y mano delicada”.  Quizá haya acertado al decir que era delgada y de mediana estatura, lo mismo que al imaginarla “ambiciosa y soñadora”. De lo que no cabe duda es que, desde jovencita, fue “mujer seductora por su belleza y gracia”, y que tuvo la suerte de recibir buena educación y mejores modales.

Dice Ricardo Palma que Rosa Campusano llegó a Lima en 1817, es decir con más de 20 años de edad, en compañía de su amante, un acaudalado español cincuentón, que se esmeró en rodearla “de todos los esplendores del lujo y satisfacer sus caprichos y fantasías”. Así, muy pronto los elegantes salones de su casa, ubicada en la calle de San Marcelo, fueron frecuentados por marqueses, condes, vizcondes y distinguidos intelectuales, comerciantes y gente importante, que encontraron en la casa de Rosita un estratégico lugar de tertulia para el tema que era común a todos, esto es “conspirar a favor de la causa de la independencia”, logrando que la dueña de casa se hiciera “ardiente partidaria de la Patria”.  Ya para entonces, doña Rosa tenía por amante oficial al general Domingo Tristán y Moscoso y tenía por apasionado admirador al general José de La Mar y Cortázar, ambos distinguidos jefes del ejército realista.  Aseguran que hasta el mismo virrey La Serna tenía predilección por la guayaquileña.

    Desde que San Martín puso pie en tierra, envió sendas cartas a oficiales americanos realistas por intermedio de Mariátegui, quien se valió de la Campusano para que entregara la del general La Mar; para ello fue al palacio del virrey “con el pretexto de hacerle una solicitud en secreto”, lo que le fue concedido. “La Campusano dejó, sobre el sofá en que estuvo sentada, el consabido pliego, que el general encontró poco después que la interlocutora se retiró”. De ello, La Mar no dijo ni una palabra, lo mismo que José Llanos, Agustín Otermín y demás jefes americanos a quienes la Campusano y otras patriotas entregaron las comunicaciones llegadas del cuartel general de Pisco.

    El paso del batallón “Numancia” al lado patriota el 3 de diciembre de 1820, fue la culminación de una larga y laboriosa gestión, destinada a ablandar a su irresoluto jefe el capitán Tomás de Heres, que no se dejó convencer por amigos sacerdotes que lo instaron a afiliarse a la causa. Tuvo que intervenir doña Rosa para lograr persuadirlo y con ello, la causa española empezó a declinar.

    Con fecha 22 de diciembre de 1836, doña Rosa presentó una solicitud al Gobierno invocando que se le concediera una asignación de gracia, considerando su lamentable situación económica y los valiosos servicios prestados a la patria y los apreciables recursos económicos que invirtió, hasta agotar su patrimonio.  Dos párrafos de esa solicitud nos relevarán de mayores detalles.

    “Cuando el gobierno español inmolaba víctimas a sus rencores, facilité el tránsito de muchos patriotas a las filas del Ejército Libertador situado en Huaura, proporcionándoles los medios necesarios a su evasión, acompañándolos muchas veces hasta fuera de esta capital y escondiendo muchas veces al que los conducía, cuando regresaba con correspondencia; y voy a los que presté a los oficiales del Numancia, fugados de la fortaleza después de la malograda revolución  de Surco, en la que también tuve mucha parte, como puedo meditar.  Es notorio que fueron varios oficiales los que burlaron la vigilancia española, saliéndose de casamatas; pero los que yo oculté fueron: Arsur, Cuervo, Bustamante, La Madrid y otros, en una casa grande que alquilé y amueblé a este fin, cuidando de su manutención y proporcionándoles bestias y monturas para su tránsito”.

“Pasados ya, giré correspondencia con ellos, repartí proclamas y cartas que me remitían, procuré ganarme a muchos que estaban ciegos por el partido contrario y hasta a los mismos oficiales del Rey, sucediendo que algunos, abandonando sus banderas, se acogieron bajo el pendón Patrio.  En una de las ocasiones que venía correspondencia, fue tomada y por ella fui descubierta y puesta en prisión, de la que me libré al cabo de algunos días por el influjo de poderosas personas y el derrame de dinero que hice por mí y otros que me eran compañeros de la misma causa. Libre ya, emigré llevando, a mis expensas, a muchas gentes inútiles. Antes de esto dí libertad a un criado confidente de mis secretos en la causa de la Patria y rebajé a la mitad de su valor a otros cuatro que también me sirvieron”.

“Cuanto llevo expuesto es demasiado público entre los patriotas y lo sabe también el pueblo todo, pero si se pretende que lo acredite, lo haré con centenares de testigos fidedignos...”.  Un otro sí, establece que, al regresar de la emigración, encontró que el gobierno enemigo le había secuestrado todos sus costosos muebles.

    Parece ser que la emigración a que alude tuvo como destino el pueblo de Huaura, donde seguramente buscó refugio bajo la protección del general San Martín.  Es probable que como consecuencia se produjera cierto entendimiento amoroso, prendada como estaba del Libertador del sur. No faltó quien la llamara “la tentadora Dalila de San Martín”, aunque a este respecto hubo la mayor discreción y no quedó nada escrito.  Al asumir el general San Martín el gobierno del país con el título de Protector, a la Campusano se le bautizó con el sobrenombre de “la Protectora”, según versión de Ricardo Palma. Fue una de las primeras en ser investida con la banda bicolor (rojo y blanco), distintivo de las Caballeresas, que llevaba en letras de oro la inscripción siguiente: “Al Patriotismo de las más sensibles”.

El grado de influencia que adquirió doña Rosa Campusano durante el Protectorado, parece haber sido notable, pero solo duró hasta el 20 de setiembre de 1822, cuando el general San Martín se alejó del Perú y de la vida pública. Con su partida, se eclipsó la estrella de la Campusano. Volvió así a la vida normal, aunque sus escasos recursos le impidieron regresar al nivel social y de lujo que sus años juveniles le prodigaron.  No obstante, conservaba su figura atractiva y su extraordinaria experiencia en el trato masculino, logrando atraer prontamente, convivir y luego casarse privadamente por la Iglesia el 30 de noviembre de 1823, con el barón don Juan Adolfo de Grawert y Blomberg, dos años mayor que Rosa, comerciante nacido en Neufchatel, Suiza, hijo de nobles padres prusianos; su padre fue el general mayor barón de Grawert y su madre la baronesa Wilelmina de Blomberg. Adolfo y Rosa convivieron en casa de un primo de esta última llamado don José Agustín García, también comerciante guayaquileño, que vivía “en la calle del Ancla, en el barrio de la Trinidad, frente a la casa que llaman de la Higuera”.  Ya para entonces doña Rosa no tenía casa propia y se valía de la ayuda de sus parientes y paisanos los García. Sin embargo, el matrimonio no prosperó porque doña Rosa no podía sustraerse al papel protagónico que había asumido en la gesta libertadora del Perú, ni a cambiar su sistema de vida liberal. La separación fue pues inevitable. Lo más probable es que don Abolfo de Grawert haya regresado a sus añorados Alpes y que Rosa volviera a sus andanzas en la Ciudad de los Reyes, donde gozaba del aprecio y admiración de mucha gente.

Diez años después doña Rosa se dejó notar, al frecuentar la zapatería del ciudadano alemán don Juan Weninger, ubicada en la calle Plateros de San Agustín, convirtiéndose en asidua clienta. Ese trato frecuente propició un mayor acercamiento, hasta que sucedió lo inevitable, quedando Rosita embarazada y dando a luz a su hijo Alejandro el año 1835, es decir, trece años después de la partida sin retorno del general San Martín. Para entonces doña Rosa había sobrepasado las 39 primaveras, había satisfecho el natural deseo de ser madre y contaba con un hijo que al final de cuentas sería su mayor consuelo y única compañía hasta el fin de sus días. Según parece, la vida comunitaria con el padre de su hijo fue imposible y vivieron separados.

Como hemos reproducido líneas arriba, en la solicitud de gracia de 1836, doña Rosa expuso al Gobierno la penosa situación económica a que estaba reducida y manifestó tener hijos tiernos a quienes no podía proporcionarles ni un mísero alimento y solicitaba que se apiadaran de su dolorosa situación, retribuyendo su dedicación a la causa de la Independencia, en la que además había invertido todos sus bienes, de los que ya hemos hablado. Pero lejos de apiadarse el Gobierno y concederle la pensión de gracia que solicitaba, colocó a continuación de su solicitud el escueto proveído siguiente: “No bastando los ingresos del tesoro para los gastos más urgentes, el Gobierno se halla privado de concederle a la suplicante el premio que solicita por sus servicios”.  Queda la incógnita de si tuvo un hijo o más de uno, o si en realidad manifestó tener “varios hijos tiernos” para causar mayor impacto emocional. Lo cierto es que solo se le conoció a su hijo Alejandro, que fue condiscípulo de nuestro tradicionista don Ricardo Palma.

Roto el vínculo marital con don Juan Weninger, con una reducida pensión alimentaria y en situación económica apremiante, se valió de la influencia de alguno de sus prominentes amigos y consiguió que el director de la Biblioteca Nacional Dr. Francisco de Paula González Vigil, le concediera gratuitamente alojamiento en unas habitaciones del segundo piso, donde compartía con tres o cuatro familias que habían venido a menos. Ahí fue donde la conoció Ricardo Palma, allá por el año 1847, cuando doña Rosa trataba de ocultar los signos de la vejez prematura que la agobiaban después de una vida intensa, rengueando apoyada en un rústico bastón, aunque el tradicionista recordó que su conversación era entretenida y hasta presumía aún, añorando seguramente los lejanos días en que los hombres de mayor figuración esperaban compartir  siquiera unos minutos de su ansiada compañía, y en su época de ”Protectora” la solución de los mayores problemas. En esa oportunidad Ricardo Palma le calculó unos 50 años de edad, que en realidad eran los que tenía.

Palma manifiesta haber sido condiscípulo coetáneo de Alejandro Weninger Campusano, que según cuenta estaba interno en el colegio y los días festivos mataperreaban juntos. Alejandro pasaba los domingos en casa de su padre, un alemán huraño de carácter. Su madre hacía vida separada como queda dicho, pero tuvo la suerte de tener un hijo excelente, que hizo después la carrera militar.
    El 21 de julio de 1843 otorgó testamento ante el escribano Baltasar Núñez del Prado, cuando padecía una dolencia que la hizo temer por su subsistencia. Además de confesarse cristiana creyente, declaró ser pobre e insolvente; ser casada con don Adolfo Grawert que se hallaba ausente en Europa desde hacía tiempo, sin que hubiese vuelto a saber de su existencia, por lo que se consideraba abandonada.  Declaró tener un hijo de ocho años llamado Alejandro. Nombró como su universal heredero a su mencionado hijo y como albacea de sus bienes, tutor y curador de su hijo, a su padrino el general don José Jaramillo.  Firmó doña Rosa Campusano.

    Sus penurias no la abandonaron en esa oportunidad y siguió subsistiendo llena de achaques, a consecuencia de una hernia diafragmática que le dificultaba la respiración y le producía grandes dolores, obligándola a inclinarse sobre el bastón. Murió en brazos de su hijo el 9 de setiembre de 1851, a los 55 años de edad, quedando registrada la defunción en la parroquia de “El Sagrario” de Lima, siendo trasladado su cuerpo al cementerio “Presbítero Maestro”, cuarta puerta, donde se le inhumó el día 10 en el cuartel San Juan, en nicho perpetuo.  El diario “El Comercio” apenas mencionó su nombre entre los fallecidos durante el mes.  Los continuos terremotos que asolaron Lima hicieron que desapareciera el citado cuartel con sus ocupantes.

Colofón:

Este trabajo de investigación constituye el homenaje a una mujer excepcional en la lucha por la Independencia del Perú, a la vez que una versión seria que descarta con pruebas, la posibilidad de que el general San Martín haya tenido compromiso amoroso y menos un descendiente con su gran colaboradora y admiradora Rosa Campusano.

Agradecimiento:

    Al Sr. Lic. Ezio Garay Arellano, de Guayaquil, Ecuador, por la búsqueda y envío de fotocopias de documentos de archivo.

Bibliografía:
  1. ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN.-  “Testamento de doña Rosa Campusano”.  Escribano: Baltazar Núñez del Prado.  Protocolo 461, folios 364v.-365v., Lima, 21 de julio de 1843.
  2. ARCHIVO DE DON PEDRO ROBLES Y CHAMBERS.- “Datos genealógicos de don Francisco Campusano y Gutiérrez”. Guayaquil.
  3. ARCHIVO HISTÓRICO ARZOBISPAL DE LIMA.- Pliego Matrimonial N° 20, 27 de noviembre de 1823.  Don Juan Adolfo Grawert y doña Rosa Campusano.
  4. ARCHIVO HISTÓRICO DEL GUAYAS.-“Testamento por poder de don Francisco de Herrera Campusano y Gutiérrez”.  Escribano: Juan Gaspar de Casanova.  Protocolo EP/J-AHG 1700, folios 1-15v., Guayaquil, 22 de octubre de 1819.
  5. LEGUÍA Y MARTÍNEZ, GERMÁN.-  “Historia de la Emancipación del Perú:  El Protectorado”. Tomo II, p. 327; Tomo III, p. 230-231.1972.  Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú. Lima.
  6. MARIÁTEGUI Y TELLERÍA, FRANCISCO JAVIER.-   “Anotaciones”, p. 55-56, Lima.
  7. OTERO INSÚA, JOSÉ PACÍFICO.-  “Historia del Libertador don José de San Martín”, Tomo IV, p. 390, Ed. Sopena Argentina, 1949, Buenos Aires.
  8. PALMA SORIANO, RICARDO.-  “Tradiciones Peruanas: Doña Rosa Campusano”, Tomo IV, p. 192, Lima.
  9. PARROQUIA EL SAGRARIO, DE GUAYAQUIL.-  “Libro de Bautizos que va de marzo de 1787 a mayo de 1797”, folio 269v. Bautizo de María Rosa Campusano Cornejo, cuarterona libre.  Guayaquil, 31 de mayo de 1796.
  10. PARROQUIA EL SAGRARIO, DE LIMA.-  “Libro de Defunciones”, Tomo 12, folio 113.  Defunción de Rosa Campusano. Lima, 10 de setiembre de 1851.
  11. PEREZ PIMENTEL, RODOLFO.-  “Diccionario Biográfico del Ecuador”.  Tomo VI, p. 79-82:  Rosa Campusano Cornejo.  1994.  Guayaquil.
  12. PERIÓDICO OFICIAL “GACETA DEL GOBIERNO”.-  Decreto de fecha 11 de enero de 1822, que concede condecoración a Rosa Campusano.  Lima.
  13. PONS MUZZO, GUSTAVO.-  “Servicios prestados a la causa patriota por doña Rosa Campusano”.  Colección Documental de la Independencia del Perú.  Tomo VIII, Volumen II, p. 513-514.- La Expedición Libertadora. 1971.  Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú. Lima.
  14. PUENTE DE VAQUERO, SILVIA.-  “Rosita Campusano, la mujer de San Martín en Lima” (novela historiada).  Editorial Sudamericana. 177 págs., 2001, Buenos Aires.
  15. SOCIEDAD DE BENEFICENCIA DE LIMA METROPOLITANA, ARCHIVO CENTRAL.-  Libro de Entierros en el Cementerio General N° 02530, folio 300, parte 10: Rosa Campusano, natural de Guayaquil, murió quebrada.  Cuartel San Juan (4ta. Puerta), nicho perpetuo N° 62.  10 de setiembre de 1851.

 
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ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN
Escribano:  Baltasar Núñez del Prado
Protocolo 461, folios:  364v. – 365v.
Fecha:  Lima, 21 de Julio de 1843

Testamento de doña Rosa Campusano

    En el nombre de Dios todo poderoso, amén.  Sea notorio como yo Da. Rosa Campusano natural de Guayaquil, hija natural de D. Francisco Campusano y de Da. Felipa Cornejo, mis padres difuntos. Estando en cama enferma pero en mi entero juicio; creyendo como creo en el misterio de la Santísima Trinidad y en todos los demás, que cree y confiesa Nuestra Santa Madre Iglesia como católica y fiel cristiana, invocando por mi Abogada a la Reyna de los Angeles María Santísima Madre de Dios y Señora Nuestra y a todos los Santos y Santas de la Corte Celestial, para que intercedan con mi Señor Jesucristo perdone mis pecados y encamine mi alma por camino de salvación, y temiendo la muerte natural a toda criatura, hago mi testamento en la forma siguiente.----- Primeramente encomiendo mi alma a Dios que la crió de la nada y el cuerpo mando a la tierra de que fue formado.--- Yten, declaro no dejo nada a la manda forzosa por ser pobre y hallarme en estado de insolvencia.--- Yten, declaro soy casada y velada  con D. Adolfo Graber que se halla ausente en Europa hace algún tiempo, sin saber su existencia hasta el día, habiéndome abandonado desde su separación hasta lo presente.--- Yten, declaro tengo un hijo menor nombrado Alejandro, que se halla en la edad de cerca de ocho años, lo que declaro para que conste.--- Yten, declaro no dejo bienes ningunos, sino los pocos muebles y alguna ropa de mi uso y todo lo que se encuentre en mis habitaciones.--- Yten, declaro que D. José Calisto natural de Guayaquil, me debe la cantidad como de sesenta pesos más que menos, y que yo debo algunos picos que reunidos no ascenderán a cuarenta pesos, lo que  declaro para que conste.--- Y para cumplir este testamento, nombro por mi albacea  al Sor. Gral. D. José Jaramillo, dándole para el efecto el poder de albaceasgo en derecho necesario.  Y en el remanente de mis bienes, acciones y futuras sucesiones, nombro por mi universal heredero al citado mi menor hijo D. Alejandro; y respecto a la minoridad en que se halla, le nombro por su tutor y curador a su Padrino que lo es el mismo Sor. Gral. D. José Jaramillo.  Y por el presente revoco y anulo otras cualesquiera disposiciones que antes de ésta hubiese hecho, para que solo valga la presente, que quiero se guarde y cumpla por mi última y final voluntad.  Que es hecho en Lima y Julio veinte y uno de mil ochocientos cuarenta y tres.--- Y la otorgante, a quien yo el presente Escribano conozco de que doy fe, como también la doy de que se halla en su entero juicio a lo que me parece y conmigo ha comunicado, lo otorgó y firmó, siendo testigos llamados y rogados D. José Santiváñez Gil, D. Pedro Avilés y D. Manuel Butrón.-----

    Rosa Campusano. -
    José Santiváñez Gil. -                Pedro Avilés. -
    Tgo. Manuel Butrón. -

                            Ante mí:
                        Baltasar Núñez del Prado
                             Escribano Público
 
 
 
Ing. CIP Alcibiades Salazar Saenz - Past Presidente Honorario y Vitalicio del
Miembro Asociado Patronato Cívico Cultural de Pueblo Libre - PACCPUL 
Instituto Sanmartiniano del Perú