El Patronato Cívico Cultural de Pueblo Libre - PACCPUL, es una asociación civil sin fines de lucro, fundada el 30 de noviembre de 1990, con la finalidad de difundir, proteger, valorar el patrimonio cultural material e inmaterial en el distrito de Pueblo Libre, Lima-Perú. Inscrito en los Registros Públicos, Asiento 1, SUNARP Partida N° 01918362, Ficha 15862 del 14.01.94, SUNAT RUC N° 20184637767.

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24 de mayo de 2007

RECUERDO: LAS VIDAS DE JULIO C TELLO. Revista Caretas mayo 2007

Explorador infatigable, el genial arqueólogo
aparece aquí junto a su monolito de Yanacacha, en Cajamarca.
Historia El emblemático arqueólogo cholo que se graduó en Harvard.

Las Vidas de Julio C. Tello

Bajó de Huarochirí, trabajó desde niño y, con la ayuda de Ricardo Palma, estudió Medicina en San Marcos, donde se graduó con una tesis que lo llevó a las universidades de Harvard y de Berlín. Al regresar se dedicó a desentrañar tumbas y culturas del Perú antiguo con la idea visionaria de un país integral surgido del diálogo entre la selva, las cumbres y el mar.
Publicado en Revista Caretas 
el 24 de mayo de 2007


Está probado que el presidente Augusto Bernardino Leguía hizo llorar al aqueólogo Julio C. Tello. Fue en 1929, cuando el mandón lo obligó a entregar varias momias de Paracas para una Exposición de Sevilla.
Tello tenía razón para dolerse: cuatro años antes, él había descubierto la necrópolis de Paracas. Jorge Basadre relata en La vida y la historia ese episodio, y subraya: Leguía “hizo brotar lágrimas en los ojos de mi eminente amigo”.
El historiador cuenta en esa página cómo, al llegar a Berlín en 1932, empezó a recorrer museos, muchos de ellos ricos en piezas arqueológicas peruanas. A uno, precisa, había llegado “caminando” una de las momias paraqueñas.
Ese recuerdo aflora en vísperas del 60° Aniversario de la muerte del padre de la arqueología peruana, muerte ocurrida el 3 de junio de 1947, y ahora que en la Casona de San Marcos se ha inaugurado una exposición que presenta a Tello no sólo como el asombroso, infatigable científico que fue, sino también como un ser humano rodeado de sus familiares, de sus discípulos, de sus objetos y siempre, siempre, con una sonrisa en los labios.
Un rasgo más: el maestro era, como César Vallejo, cantor de yaravíes. Se comprueba en el libro La música de los incas y sus supervivencias, de los esposos Raoul y Marguerite D’Harcourt.
Fue un triunfador este Julio César. Sobre todo si se considera cuán abajo había comenzado. Había nacido el 11 de abril de 1880 en Huarochirí, en la sierra de Lima. Su padre, don Julián Tello Rojas, era un hombre de importancia comarcana, pero que murió temprano. El joven Tello migró a Lima en 1893, a fin de empezar la instrucción secundaria. En esa época hasta llegó a trabajar como mayordomo. Su ánimo intrépido lo llevó a ingresar a la Universidad de San Marcos, en la que estudió Medicina y en la que se graduó de médico cirujano con una tesis que sorprendió a galenos e historiadores: “La antigüedad de la sífilis en el Perú”. Esa contribución le valió una beca para estudiar en la Universidad de Harvard, Estados Unidos, en la que optó los títulos de Master of Arts en 1909 y Master of Anthropology en 1911.
Bueno es recordar que antes de graduarse de médico, Julio C. Tello fue favorecido por la generosidad de Ricardo Palma, el autor Tradiciones Peruanas. En la Facultad de Medicina, el futuro arqueólogo se había hecho amigo de Ricardo Palma, hijo del escritor. Fue así como Tello consiguió no sólo alojamiento, sino también empleo en la Biblioteca Nacional, cuyo director era Ricardo Palma, padre.
Tras sus estudios en Harvard, donde recibió clases de Franz Boas y Alex Hrdlicka, obtuvo una nueva beca que le permitió estudiar en el Seminario de Antropología de la Universidad de Berlín. En 1913 volvió al Perú.

Para estudios y becas, Tello fue apadrinado por el tradicionista Ricardo Palma.


Bastón en mano, recorrió caminos, suelos,
desiertos, cumbres y abismos de todo el Perú.

Arqueólogo y Fundador de Museos

No faltan quienes reprochan a Tello una suerte de leguiísmo opaco. Hay que decir que el sabio no se convirtió en opositor político del dictador del oncenio, pero tampoco fue complaciente frente a él. Sin duda decidió aprovechar el seudoindigenismo inicial de Leguía, el cual, en la onda de su demagogia, le prestó apoyo para su trabajo. En el libro citado, Basadre recuerda que la estructura de los museos de arqueología y de antropología fue transformada “gracias al dinamismo y el empuje de Julio C. Tello”.
El propio Museo de Arqueología y Antropología que tiene su sede en la casona sanmarquina del Parque Universitario fue organizado por Tello. Allí se exhiben en estos días, hasta el 31 de julio, instrumentos y fotos del maestro. Están su máquina de escribir, su escritorio, su catre de campaña, las fotos familiares. En ese Museo de la Casona hay piezas únicas, entre las que descuella el famoso manto blanco de Paracas.
Como se sabe, la Universidad Nacional Mayor de San Marcos ha publicado ya cuatro tomos de las obras de Tello. Este año aparece uno más, dedicado a Pachacámac.
Tello era un visionario y un apasionado. Sus excavaciones lo condujeron a ver el Perú prehispánico como una realidad diversa e integral. No se remitía él sólo a la cerámica o los restos materiales. Su examen abarcó fauna y flora, y el medio ambiente, que consideraba una “ventana de oportunidades” a la que asomaban la aventura y la voluntad del hombre.
Estudió civilizaciones marítimas como la de Paracas, puso de relieve el carácter único de nuestra geografía, y la respuesta a los desafíos de ese medio.

Con su esposa e hijas
Hay que recordar que Tello, junto con José Antonio Encinas, que eran entonces diputados, presentó un proyecto de “Constitución de San Marcos”, “de carácter radical” según Basadre, y que, a pesar de su aprobación en Diputados, fue sepultado en el olvido. Más tarde, en febrero de 1928, publicó en la revista Mercurio Peruano un notable trabajo sobre reforma de San Marcos, que lleva este subtítulo: “De la Universidad Profesional a la Universidad Científica”. Recuerda allí que la universidad colonial cumplió, como dijo Felipe Barreda y Laos, en conseguir “la sumisión política a la Monarquía, y la sumisión religiosa a la Iglesia”. Ramón Castilla abrió paso, en 1855, a la universidad profesional, lo cual, a juicio de Tello, no es suficiente. Su trabajo aplica escalpelo crítico a la Universidad que tanto amó y propone reformas que, 80 años después, resultan urgentes.